bolaño

Publicada originalmente en mayo de 2017

Más bien tarde, he leído finalmente a Bolaño. Empecé con Los detectives salvajes, novela ganadora del Premio Rómulo Gallegos en 1999. No me quejo de haber esperado tanto para leerle. Para leer (y entender) a Bolaño hace falta vivir. Tal y como Cortázar decía de cuál era el secreto para escribir: «lee mucho, vive mucho y después escribe todo», así mismo hay que abordar Los detectives salvajes. Una novela en la cual sexo, literatura, política, historia y la existencia en sí misma se mezclan en un polifónico canto que poco a poco va a cautivando al lector hasta atraparlo, elevarlo y luego abandonarlo desilusionado. Pero la desilusión no es de la novela en sí, sino de los hechos, de cómo resultaron las cosas, de cómo nuestras aventuras y nuestras búsquedas a veces acaban destruyendo aquello que más amamos. 

La primera y la tercera parte están estructuradas como el diario del joven Juan García Madero, estudiante de derecho que quiere ser poeta y vive en Ciudad de México. Allí se encuentra con Arturo Belano y Ulises Lima quienes se proclaman fundadores del real visceralismo, un movimiento vanguardista poético que busca reflejar los ideales de la juventud mexicana/latinoamericana y avanzar a la literatura más allá del academicismo de Octavio Paz. Una serie de personajes peculiares de la fauna literaria de la capital mexicana se van introduciendo hasta que los acontecimientos hacen que todos se den a la fuga a Sonora, tras la pista de una poetisa llamada Cesárea Tinajero, verdadera fundadora del real visceralismo en los años veinte. La tercera parte sigue la trama hasta allí dejada y nos muestra el desenlace de esta búsqueda.

Pero es en la segunda parte de la novela donde radica su verdadera fortaleza. Una multitud de personajes nos revelan sus testimonios de cómo se han topado con Arturo Belano y Ulises Lima en sus vidas, un poco a la manera de como está construida la película Sans toi ni loi de Agnès Varda. Los testimonios provienen de todas partes del mundo y construyen una realidad inmensa, expansiva, densa. Existen pasajes maravillosamente logrados como la estancia en Port-Vendres (se siente al Mediterráneo en las páginas) o el encuentro con el inframundo criminal y neonazi en Viena (el miedo se respira) o las vicisitudes en una África postcolonialista en guerra. A mi pesar, no he ido todavía a México, así que sólo me fío en mi imaginación al leer los pasajes en el DF. A lo largo de la novela uno encuentra personajes inolvidables, poco antes vistos, como Piel Divina, Heimito Künst y muchos otros. El resultado es una lectura perseguidora, que va en busca de la huella de Belano y Lima, recuperando sus rastros a través de las palabras de terceros, testigos poco fiables y a través de casi todos los continentes. 

La intertextualidad con su propia obra es revelada cuando Cesárea Tinajero habla de los sucesos del año dos mil seiscientos y pico, o también cuando se habla de von Arcimboldi, ambas referencias a su novela póstuma 2666 (la cual absolutamente tengo que leer pronto). 

Es una novela fundamental para todo aquél amante de la literatura, además narra de una manera muy convincente lo que representa haber sido un escritor joven en los años setenta en Latinoamérica. O aún hoy en día. 

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